Testigo (y víctima) del cambio climático
Uno
de los momentos clave o sublime, como se quiera ver, de la historia del
Pirineísmo bien pudiera ser aquella en que Louis Ramond de Carbonières, el
pionero de la conquista del Pirineo (su “inventor“, según el Conde Rusell) se
asomara al lago de Tucarroya desde la
brecha homónima un 11 de agosto de 1797 para observar por primera vez de cerca
esa enigmática y perdida montaña que creía la más alta de la cordillera y que
abrazaba en su cara norte un glaciar en la que llamaba la atención sus poderosas
cascadas de seracs (bloques de hielo
que se forman en las pendientes glaciares).
La
imagen sería la de la fotografía siguiente, aunque está claro que las cosas han
cambiado en más de dos siglos, especialmente porque el glaciar ha sufrido una
potente regresión.
El
glaciar está escindido en dos partes (una superior y otra inferior), puesto que
se sitúa en dos rellanos escalonados al pie del Monte Perdido (3.355
m.), que es la cúspide del macizo de las Tres
Serols (las tres Sorores). Se trata de un macizo calcáreo correspondiente a
la unidad pirenaica de las Sierras
Interiores y es aquí donde alcanzan mayor desarrollo y altitud, debido a un
apilamiento extraordinario de láminas cabalgantes.
Como
observamos en la imagen siguiente, en torno a la cima del Monte Perdido (1) afloran las calizas paleocenas y
eocenas, de tonalidad gris claro, que contrastan con las anaranjadas y duras areniscas
calcáreas de Marboré, del cretácico superior, presentes del escalón donde está
el glaciar inferior (3) y también en
toda la plana de Marmorés.
En
el Cilindro, de 3.328 m. (2), observamos también las calizas
paleocenas sobre una base más amplia de areniscas de Marboré, aunque éstas
afloran justo en la cima.
La
disposición de estos materiales de distinta dureza en láminas cabalgantes
superpuestas, ha generado los dos rellanos escalonados en donde se alojan las
dos partes del glaciar: la superior (6,1 ha) y la inferior (35 ha) a una
altitud que oscila entre los 3.160 y los 2.790 m. sobre el nivel del mar.
También llaman
la atención los depósitos morrénicos siguientes:
1.
Morrenas del
tardiglaciar
(4), con grandes bloques erosionados
por el actual torrente y colonizados por vegetales. Corresponden a una época
fría posterior al último periodo glaciar (el Würmiense) y datan de hace algo
más de 10 milenios.
2.
Morrenas de la
pequeña edad del hielo (P.E.H, 5, 6 y7), correspondiente a un leve avance
glaciar muy reciente (siglos XVII a XIX), por lo que están muy bien conservados
y nos sirven de guía para conocer la extensión glaciar en tiempos históricos.
El color grisáceo de los materiales de la morrena fronto-lateral (5) indica que proceden de las calizas
paleocenas y eocenas de la zona somital y que llegaron al glaciar por procesos
periglaciares. Contrasta con las morrenas laterales del glaciar E de marboré (6), ya con los tonos ocres y
anaranjados de las areniscas cretácicas. La morrena de fondo (7), al descubierto por el retroceso
glaciar en el último siglo presenta materiales de los dos tipos, pues ya se
produce la gelivación de la base cretácica del glaciar inferior.
Observando en detalle el
glaciar superior, podemos visualizar la nieve estival de la zona de acumulación
en proceso de transformación a hielo glaciar (8), y el movimiento del glaciar a través de los estratos plegados
del hielo (9) y las grietas (10).
El
glaciar del Monte Perdido lleva en regresión desde principios del siglo XIX, a
causa del calentamiento de la atmósfera terrestre experimentado a partir de la
revolución industrial, lo que lleva a pensar que es muy probable que el cambio
climático derivado de aquel sea de origen antrópico.
Para
conocer la extensión del glaciar al final de la P.E.H. tenemos las morrenas
sobre el terreno, los escritos de Ramond, las magníficas acuarelas y precisos
mapas de Schrader, y las fotografías de Briet, como la siguiente:
Aunque
el retroceso glaciar ya estaba en camino en 1895, podemos observar que el
glaciar tenía sus tres partes (superior, medio e inferior) interconectados
mediante potentes cascadas de seracs.
Además, la lengua de la parte de la parte inferior llegaba hasta el borde del
Balcón de Pineta, a punto de precipitarse por el circo, como lo hace ahora el
recién nacido río Cinca.
Como
se puede ver en el siguiente fragmento del mapa de Schrader (1874), el glaciar
ocupaba casi la totalidad de la Plana de Marmorés (junto con el ya extinto
glaciar del lago): sólo quedaba libre de los hielos el lago de Marmorés
(Marboré), sus aledaños y un estrecho corredor que lleva al collado de Astazú.
Su extensión total era de 218 hectáreas.
En
el mapa actual (del IGN francés) podemos ver la reducción en extensión (aunque
también en grosor y dinámica) que ha habido en casi siglo y medio:
1.
El
antiguo glaciar (218 ha) se ha escindido en dos:
a. El
glaciar del Monte perdido con su
parte superior (6.1 ha) y su parte inferior (35 ha), antigua parte intermedia.
b.
El
glaciar este de Marboré, dividido
actualmente en dos partes (7,6 y 12.2 ha)
2.
Los
glaciares de Ramond, en las laderas
del Pico de Añisclo (3.254 m.), se han convertido en heleros residuales (sin
dinámica). Concretamente el antiguo glaciar
NO (de 6.3 ha) pasa a ser un helero de apenas 2.9 ha, y el glaciar SO o de Arrablo (23.4 ha) se ha convertido en un helero de 4.2 ha y en su
regresión ha generado el recién nacido ibón de Arrablo.
En
el libro Photoclima de la
organización ecologista Greenpeace, se atreven a dar una predicción para el año
2.050 del estado del glaciar, de persistir los actuales niveles de incremento
de emisiones de gases invernadero y, por tanto, del calentamiento. Podemos
observar que el glaciar e incluso el lago habrán desaparecido, por lo que es
patente la sensación de pérdida (podríamos decir hasta patrimonial colectiva,
no individual, pues el glaciar no pertenece a nadie en concreto).
El
acceso a esta joya pirenaica con fecha de caducidad requiere un esfuerzo de
casi 4 horas de ascenso desde el parador de Bielsa en Pineta. Pero su
contemplación compensa de sobra la fatiga, especialmente si se camina de
madrugada para ver el amanecer siguiente: