martes, 26 de febrero de 2013

EL GLACIAR DEL MONTE PERDIDO

Testigo (y víctima) del cambio climático

Uno de los momentos clave o sublime, como se quiera ver, de la historia del Pirineísmo bien pudiera ser aquella en que Louis Ramond de Carbonières, el pionero de la conquista del Pirineo (su “inventor“, según el Conde Rusell) se asomara  al lago de Tucarroya desde la brecha homónima un 11 de agosto de 1797 para observar por primera vez de cerca esa enigmática y perdida montaña que creía la más alta de la cordillera y que abrazaba en su cara norte un glaciar en la que llamaba la atención sus poderosas cascadas de seracs (bloques de hielo que se forman en las pendientes glaciares).

La imagen sería la de la fotografía siguiente, aunque está claro que las cosas han cambiado en más de dos siglos, especialmente porque el glaciar ha sufrido una potente regresión.
 
 
El glaciar está escindido en dos partes (una superior y otra inferior), puesto que se sitúa en dos rellanos escalonados al pie del Monte Perdido (3.355 m.), que es la cúspide del macizo de las Tres Serols (las tres Sorores). Se trata de un macizo calcáreo correspondiente a la unidad pirenaica de las Sierras Interiores y es aquí donde alcanzan mayor desarrollo y altitud, debido a un apilamiento extraordinario de láminas cabalgantes.

Como observamos en la imagen siguiente, en torno a la cima del Monte Perdido (1) afloran las calizas paleocenas y eocenas, de tonalidad gris claro, que contrastan con las anaranjadas y duras areniscas calcáreas de Marboré, del cretácico superior, presentes del escalón donde está el glaciar inferior (3) y también en toda la plana de Marmorés.

En el Cilindro, de 3.328 m. (2), observamos también las calizas paleocenas sobre una base más amplia de areniscas de Marboré, aunque éstas afloran justo en la cima.

La disposición de estos materiales de distinta dureza en láminas cabalgantes superpuestas, ha generado los dos rellanos escalonados en donde se alojan las dos partes del glaciar: la superior (6,1 ha) y la inferior (35 ha) a una altitud que oscila entre los 3.160 y los 2.790 m. sobre el nivel del mar.
 

También llaman la atención los depósitos morrénicos siguientes:

1.      Morrenas del tardiglaciar (4), con grandes bloques erosionados por el actual torrente y colonizados por vegetales. Corresponden a una época fría posterior al último periodo glaciar (el Würmiense) y datan de hace algo más de 10 milenios.

2.      Morrenas de la pequeña edad del hielo (P.E.H, 5, 6 y7), correspondiente a un leve avance glaciar muy reciente (siglos XVII a XIX), por lo que están muy bien conservados y nos sirven de guía para conocer la extensión glaciar en tiempos históricos. El color grisáceo de los materiales de la morrena fronto-lateral (5) indica que proceden de las calizas paleocenas y eocenas de la zona somital y que llegaron al glaciar por procesos periglaciares. Contrasta con las morrenas laterales del glaciar E de marboré (6), ya con los tonos ocres y anaranjados de las areniscas cretácicas. La morrena de fondo (7), al descubierto por el retroceso glaciar en el último siglo presenta materiales de los dos tipos, pues ya se produce la gelivación de la base cretácica del glaciar inferior.
 
                Observando en detalle el glaciar superior, podemos visualizar la nieve estival de la zona de acumulación en proceso de transformación a hielo glaciar (8), y el movimiento del glaciar a través de los estratos plegados del hielo (9) y las grietas (10). 
 
 
             El glaciar del Monte Perdido lleva en regresión desde principios del siglo XIX, a causa del calentamiento de la atmósfera terrestre experimentado a partir de la revolución industrial, lo que lleva a pensar que es muy probable que el cambio climático derivado de aquel sea de origen antrópico.
Para conocer la extensión del glaciar al final de la P.E.H. tenemos las morrenas sobre el terreno, los escritos de Ramond, las magníficas acuarelas y precisos mapas de Schrader, y las fotografías de Briet, como la siguiente:

Aunque el retroceso glaciar ya estaba en camino en 1895, podemos observar que el glaciar tenía sus tres partes (superior, medio e inferior) interconectados mediante potentes cascadas de seracs. Además, la lengua de la parte de la parte inferior llegaba hasta el borde del Balcón de Pineta, a punto de precipitarse por el circo, como lo hace ahora el recién nacido río Cinca.

            Como se puede ver en el siguiente fragmento del mapa de Schrader (1874), el glaciar ocupaba casi la totalidad de la Plana de Marmorés (junto con el ya extinto glaciar del lago): sólo quedaba libre de los hielos el lago de Marmorés (Marboré), sus aledaños y un estrecho corredor que lleva al collado de Astazú. Su extensión total era de 218 hectáreas.

En el mapa actual (del IGN francés) podemos ver la reducción en extensión (aunque también en grosor y dinámica) que ha habido en casi siglo y medio:

1.      El antiguo glaciar (218 ha) se ha escindido en dos:
a.      El glaciar del Monte perdido con su parte superior (6.1 ha) y su parte inferior (35 ha), antigua parte intermedia.
b.      El glaciar este de Marboré, dividido actualmente en dos partes (7,6 y 12.2 ha)

2.      Los glaciares de Ramond, en las laderas del Pico de Añisclo (3.254 m.), se han convertido en heleros residuales (sin dinámica). Concretamente el antiguo glaciar NO (de 6.3 ha) pasa a ser un helero de apenas 2.9 ha, y el glaciar SO o de Arrablo (23.4 ha) se ha convertido en un helero de 4.2 ha y en su regresión ha generado el recién nacido ibón de Arrablo.


En el libro Photoclima de la organización ecologista Greenpeace, se atreven a dar una predicción para el año 2.050 del estado del glaciar, de persistir los actuales niveles de incremento de emisiones de gases invernadero y, por tanto, del calentamiento. Podemos observar que el glaciar e incluso el lago habrán desaparecido, por lo que es patente la sensación de pérdida (podríamos decir hasta patrimonial colectiva, no individual, pues el glaciar no pertenece a nadie en concreto).

 
El acceso a esta joya pirenaica con fecha de caducidad requiere un esfuerzo de casi 4 horas de ascenso desde el parador de Bielsa en Pineta. Pero su contemplación compensa de sobra la fatiga, especialmente si se camina de madrugada para ver el amanecer siguiente:
 

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